dezembro 06, 2012

Carta del Padre Asistente: Inmaculada 2012

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Fr. Joaquín Domínguez Serna, OFM

Asistente

A LA ATENCIÓN DE LA MADRE PRESIDENTA Y DE LAS HERMANAS

DE LA FEDERACIÓN BÉTICA SANTA MARÍA DE GUADALUPE DE LA ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN.

Queridas hermanas: Paz y bien en el Señor y en su Madre Inmaculada.

La fiesta de la Inmaculada en este Año de la fe nos ofrece la oportunidad de detenernos en ese momento culminante que en María es obra y gracia de Dios y en nosotros, los creyentes, misterio y don que se vuelve a Dios para agradecerla mirando siempre hacia el horizonte de lo eterno.

Dichosa tú que has creído

María es ensalzada por su fe, por su posicionamiento ante Dios, por su actitud frente a los acontecimientos de la vida que están en estrecha conexión con los designios del cielo. Se dice que la exclamación de Isabel es la primera bienaventuranza mariana evangélica. María reconoce la acción de Dios, su obra, la realización de su proyecto. Pero la fe de María no es difusa ni confusa, se sostiene en la acción de Dios, que ha mirado su humillación, que hace proezas y cosas grandes, que derriba a los poderosos, que enaltece a los humildes, que auxilia a su pueblo. Es el Dios que ha acompañado a Israel, el que ha permanecido con su pueblo, el que se comunica a través de la Palabra, el que ha prometido un Mesías, que ha anunciado sus promesas y que, además, esas promesas se cumplirán.

María es símbolo y resumen de la fe de Israel, que ha perpetuado de generación en generación la llama de aquella luz primera del jardín del génesis, la llama de la zarza ardiendo, la columna de fuego que avanzaba por medio del desierto, la lámpara que alumbra en la larga noche del cumplimiento de las promesas, porque el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló (Is 9, 2).

María se convierte en figura de convergencia de la fe de su pueblo: porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá y desde ahora todas las generaciones te llamarán bienaventurada. Pero la fe de María es también símbolo inequívoco de todos los creyentes. Es feliz porque ha creído, porque ha recibido la fe como gracia, porque vive de la fe y porque su fe está en orden a la salvación de su Hijo Jesucristo.

La fe para nosotros es, además, don, es intervención de Dios en nosotros, es reconocimiento y misterio, es presencia y luz que deslumbra en el camino de la vida, que fascina y que nos empuja hacia lo eterno.

Dichosos los que escuchan la Palabra

La fe también es mensaje, es Palabra, es acontecimiento: mientras Jesús hablaba, una mujer de entre la gente alzó la voz, y dijo: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron! Pero Él dijo: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 27-28). Ésta es otra bienaventuranza evangélica mariana.

La mayor tentación es escucharse siempre a uno mismo o escuchar sólo mensajes complacientes. El salto de la fe se produce cuando se escucha una Palabra distinta, que es misterio y novedad, un mensaje que viene de lo alto, un anuncio que alegra y libera. No hay fe verdadera si no hay Palabra, Palabra de vida que viene de Dios cuyo anuncio es ruta o rumbo definitivo hacia su origen. La humanidad emprende viaje de regreso hacia su génesis cuando se proclama el nacimiento de un Niño, cuando del verbo se pasa a la carne, cuando se escucha la Palabra y se busca denodadamente la voluntad de quien la pronuncia: “así será mi palabra: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55, 11).

La figura de María no queda desairada ante el piropo de aquella mujer espontánea de la multitud. Jesús reconduce la exaltación de su madre hacia el verdadero horizonte de la fe y la salvación: Dichosos los que escuchan la Palabra y la cumplen.

Escuchar la Palabra y secundar su voluntad en María es un acto único. Su fe es adhesión plena al mensaje, es fiarse sin reservas y confiar incondicionalmente en quien la ha llenado de Gracia. Para María, la fe es incondicional y su confianza es plena porque todo lo que viene de Dios es semilla de plenitud.

Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios

Pero tampoco Jesús pone en evidencia a su Madre cuando aparece por sorpresa con la intención de llevárselo a casa: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Jesús mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos: el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 35).

La fe da un paso más cuando el creyente escucha y responde, cuando vive la experiencia de Dios y lo reproduce de inmediato, cuando el camino previsible se convierte en el único camino posible. María escucha, guarda el mensaje en el corazón, pero lo convierte en la voluntad de quien lo ha pronunciado.

María es disponibilidad total para Dios. Su fe es al mismo tiempo obediencia plena para con Dios. Su vida y su fe coinciden en la voluntad de Dios. La escucha de la Palabra recobra vida en lo que Dios quiere: aquí está la esclava del Señor. Su fiat se convierte en apertura plena a la acción de Dios que aspira a la bienaventuranza y a la plenitud en todos los que escuchan la Palabra. Estamos ante otra bienaventurada evangélico-mariana: “dichosos los que cumplen la voluntad de Dios”.

Cumplir la voluntad del Padre en María es vivir en fe y de fe: “Por la fe, acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4)” (Benedicto XVI, Porta fidei 13).

Las hermanas concepcionistas realizan el seguimiento de Cristo, a ejemplo de María, en el silencio que facilita la escucha de la palabra, en la obediencia a los planes de Dios sobre el mundo y sobre la propia persona (Constituciones OIC 13), porque “en existencia humilde y en actitud permanente de fe, María responde al Amor infinito de Dios con su Fiat, entregándose al Hijo de Dios y convirtiéndose en causa de salvación para todo el género humano” (Constituciones OIC 10).

Deseo vivamente que reinen la felicidad y la paz en vuestros corazones y que los Monasterios de la Federación celebren con verdadera fe la Inmaculada, Virgen Madre de Dios.

Con mi afecto y bendición

Sevilla, 1 de diciembre de 2012

Avé Maria Puríssima !

Santa Beatriz da Silva

As Irmãs a seguir

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