junho 19, 2011

"GALIENE LA BELLE" Y LOS PALACIOS DE GALIANA EN TOLEDO"

La juventud de Carlomagno en Toledo


Artículo de Don Ramón Menéndez Pidal (1932).



"GALIENE LA BELLE" Y LOS PALACIOS DE GALIANA EN TOLEDO.



Introduccion.



Las tres leyendas que se refieren al nacimiento y mocedades de Carlomagno no tienen un origen común, no pertenecen a una misma familia. Una de esas leyendas, Mainet, célebre en toda la Europa medieval, la que cuenta el primer amor y casamiento de Carlos, se inventó en Toledo. El Mainet primitivo está densamente impregnado en recuerdos de tradiciones, edificios y lugares toledanos, y a eso debe cierto carácter excepcional que ofrece entre las demás leyendas de la épica carolingia francesa referentes a España.

El relato épico de las mocedades de Carlomagno es asunto de un poema francés del siglo XII, titulado Mainet. Mainet es el nombre que toma Carlos, cuando muchacho, para vivir incógnito en Toledo, donde va desterrado. Otros poemas cantaron también esas mocedades, tanto en la literatura española como en la italiana, alemana y holandesa, y el punto de origen de todas estas obras encierra un interés especial para la historia de las relaciones literarias medievales.



Versión española del “Mainet”; Carlos huido de su padre.


Desde G. Paris, en 1865, los críticos están conformes en que Rainfroi y Heudri, los dos bastardos que, según la poesía, persiguen a su hermanastro cuando joven, responden a los dos nombres históricos de Raginfredo (mayordomo de palacio) y Chilperico (rey merovingio de Neustria), enemigos de Carlos Martel, por éste vencidos en la batalla de Amblève, en las selvas Ardenas (718)…

Es verdad que Rainfroi y Heudri figuran en casi todas las versiones conocidas del Mainet, lo mismo en la francesa de hacia 1190, que en el Karleto franco-italiano, en el Karl del Stricker, en las alusiones contenidas en el Renaud de Montauban o en el Garin de Monglane, en el Karl Meinet alemán y en todas las versiones posteriores extranjeras, y aun españolas.

En todas, el joven Carlos huye de Francia a causa de la persecución de esos dos hermanos, después de muerto su padre Pipino. Sólo en la versión española antigua, contenida en los textos del siglo XIII (el del arzobipo toledano y el de la Primera Crónica General) Carlos sale de su patria huido de su padre, por haberse rebelado contra las justicias paternas.

Esta variante disconforme no me parece que pueda ser mirada como posterior al Mainet francés, al Karleto y a las demás mencionadas, en la cual se hubiese suprimido arbitrariamente la intervención de Rainfroi y Heudri. La novelesca opresión del joven Carlos por sus dos hermanastros da escenas demasiado pintorescas y animadas para que un refundidor las suprimiese. Debemos pensar más bien que la versión española deriva de una redacción primitiva que ignoraba a Rainfroi y Heudri, y en la cual Carlos salía de Francia huido de su padre; y, efectivamente, el relato español, carente de las aventuras de los dos hermanos, responde mejor que ninguno a los orígenes de la leyenda.



Mainet y Alfonso VI de León.


Decía con razón G. Paris: “Si hay algún elemento histórico en el relato de la huida del joven Carlos a la corte del amiral de Toledo, no habrá que buscarlo en la época de Carlos Martel, sino mucho más tarde; difícil es, en efecto, no relacionar ese relato con la historia de Alfonso VI de León.”

Ya en 1848 Cuadrado, y en 1861 el conde de Puymaigre, habían notado la estrecha relación entre el destierro toledano de Mainet y el de Alfonso. Pero Milá dificulta la admisión de esta procedencia, y tras él Menéndez Pelayo, por hallar escaso el tiempo que media entre los hechos de Alfonso y el de la composición y fama de la chanson francesa, que es anterior al Turpin; es muy poco, dicen, medio siglo para que se cree una leyenda que transforma a Alfonso VI en Carlomagno. Es que estos críticos suponen, según las ideas románticas, una lenta gestación de toda leyenda en el alma del pueblo, sin admitir la caprichosa invención de un juglar que, al recordar las aventuras de Alfonso, fantasea las de Carlos.

La analogía entre los sucesos históricos de Alfonso y los novelescos de Carlos es, por lo demás, evidente.

Alfonso (VI), desterrado por Sancho II en 1072, se va a Toledo acompañado de su ayo Pedro Ansúrez y de algunos otros nobles leoneses; es bien recibido por el rey moro Mamún, al cual sirve en guerras contra los otros moros enemigos; cuando le llega noticia de la muerte de Sancho, Alfonso teme que, al despedirse de su huésped, éste le imponga condiciones; sale ocultamente de Toledo, so pretexto de ir de montería, y, llegado a su tierra, recibe los reinos de su hermano en herencia; después, en 1090, Alfonso se casa con la princesa mora Zaida, hija del rey de Sevilla, la cual se avista con su amante en un castillo toledano y lleva en dote una parte del reino (musulmán) de Toledo.

Estos hechos se imitan en la fabulosa mocedad de Carlomagno, según la versión española: Carlos, desterrado por Pipino, se va a Toledo, acompañado de su ayo Morante y de otros nobles franceses; es recibido por el rey moro Galafre, al cual sirve en guerras; al saber la muerte de Pipino, sabe también que Galafre trata de retenerle y se sale de Toledo ocultamente, con achaque de ir de caza; llega a su tierra y recibe el reino de Francia en herencia; saca después de Toledo a la princesa Galiana y se casa con ella.

Esta versión española, aun en su redacción tardía, prosificada en 1289, muestra líneas tan sencillas, estructura tan sobria, que, a primera vista, parece acreditarse como representante de un plan primitivo, compuesto sólo de partes esenciales. Pero esta impresión primera no basta, ciertamente, si no tuviéramos otros argumentos. Y éstos se me han presentado al pensamiento después de haber excursioneado bastante a través de las historias de Toledo y de haber rodado mucho, explorando los caminos y los campos en los alrededores de la imperial ciudad.



Galiana y sus palacios. La “senda galiana”.



El arzobispo de Toledo, en 1243, habla de los palacios de “Galiena” en Burdeos, y sólo medio siglo después la Gran Conquista de Ultramar habla de los palacios de Galiana en Toledo. En vista de estas dos fechas, afirmaron Milá y Menéndez Pelayo que la tradición de los palacios de la princesa mora nació en Francia y después se transportó a Toledo. Pero veamos cómo las cosas debieron pasar al revés.

Empecemos por indagar si el nombre de la princesa es de origen francés o español, y hallamos desde luego que tal nombre Galiene no aparece en las muchísimas chansons de geste para designar otra mujer de carne y hueso más que la princesa toledana enamorada de Mainet.

Observamos después que, mientras en Francia también es inusitado tal nombre en la toponimia, en España la denominación de Galiana es usadísima para designar ciertas vías romanas. Procede, sin duda, de la frase via Galliana, esto es, vía o calzada que conduce a las Galias (compárese: Galliana praedia, Galliana legio, etc.), como después se dijo “camino francés” al que iba de Santiago a Francia. Pero como los sustantivos femeninos “vía” y “calzada” salieron del uso ordinario, se echó mano del más modesto “senda”, y se llamó senda Galiana, o simplemente Galiana, a varios restos de vía antigua, y en la lengua de los pastores, el adjetivo sustantivizado una galiana vino a designar cañada para los ganados trashumantes, pues esas cañadas atraviesan también de Norte a Sur la Península y coinciden a veces con las vías romanas que conducían a las Galias.

Ahora, viniendo concretamente a Toledo, se llama allí senda Galiana al camino viejo que va a Guadalajara (1), resto de la vía romana que, arrancando de Toledo por el sur del Tajo, iba a Zaragoza y penetraba en las Galias por el norte de Jaca, por el Somport (summo portu) de Canfranc. La tradición, al menos en el siglo XVI, sabía bien que ese camino, inmediato a la Huerta del Rey y a la casa y baños de Galiana, conducía a Francia, pues contaba que “aviendo salido un día Galiana a holgarse a los palacios de la Huerta del Rey, donde se solía ir a bañar, la hurtó Carlos, y por la senda que llaman Galiana se fue a Francia y se casó con ella en Burdeos” (2). Otra tradición más tardía pensó que Bramante, siendo rey de Guadalajara, había abierto aquel camino para ver a la desdeñosa princesa; Cristóbal Lozano recoge en 1666 la conseja, al hablar del amor que el moro agigantado y feroz sentía por Galiana: “costábale su buen rato de trabajo hablarla y verla, pues desde Guadalajara hasta Toledo abrió camino oculto su cuidado, senda escusada, por donde de revozo y de secreto venía a ver y a hablar a la idolatrada hermosura, y de allí le quedó el nombre de la senda Galiana (3).

También el conde de Mora, coetáneo y precursor de Lozano, llama a esa senda Galiana “camino secreto (4), y es que entonces estaba abandonado, pues el camino ordinario a Guadalajara salía de Toledo ya en el siglo XVI por el norte del Tajo, como sale hoy. Los edificios contiguos a la senda Galiana podían recibir nombre de ella; así hallamos una venta de Galiana en el término de Azuqueca, sobre esa vía romana de Guadalajara a Toledo; y el mismo origen ha de tener el nombre de casas o palacios de Galiana dentro de Toledo, sobre el puente de Alcántara, puente por el cual la senda Galiana entraba en la ciudad. Es verdad que esos palacios de Galiana se cree hoy que tomaron su nombre en la leyenda de Mainete; pero esto es menos probable, dado el carácter esencialmente toponímico de tal denominación y lo antiguo de su aplicación a los palacios.



Los palacios de Galiana en Toledo.


Estos palacios toledanos no tenían otro nombre oficial ni notarial que el de Galiana ya en los primeros años del siglo XIII. En 1210, el rey Alfonso VIII dio al maestre de la Orden de Salvatierra (o sea de Calatrava) uno de los cuatro alcázares de Toledo, y al expresar el privilegio de donación a cuál alcázar se refiere, “dize que es aquel que dizen aver sido Palacios de Galiana, dentro de los muros de Toledo” (5). Luego, en 1220, Fernando III confirma a la Orden de Calatrava las donaciones de los reyes anteriores, y entre ellas se menciona ese “privilegium de alcazare domorum quae de Galiana vulgari eloquio nuncupantur” (6).

Estas casas de Galiana eran la parte occidental de lo que antes había sido palacio de los reyes visigodos y el principal de los alcázares morunos, el habitado por Alfonso VI cuando se apoderó de la ciudad en 1085. Se dice que el mismo Alfonso VI edificó en esa parte occidental la iglesita de Santa Fe, cedida en 1210 a los caballeros de Calatrava. Por eso Alfonso X nos habla del “Alcázar de Sancta Fe de los Palacios de Galiana” (7).

Y estos palacios del interior de la ciudad conservaron su fama hasta el siglo XVI. Los sabios moros y cristianos, que por orden de Alfonso X calcularon en Toledo las Tablas Astronómicas, desde 1258 a 1262, tenían sus juntas en el Alcázar de Galiana (8). Poco después los caballeros de Calatrava se complacían en ser herederos de la princesa mora, cuando en 1277 un comendador de esa orden militar databa una escritura de compra en Toledo, en los palacios que fueron de Galiana, e son de la orden de Calatrava” (9).

Unos diez años más tarde, la Primera Crónica General nos cuenta que, al irse a reunir la corte de Toledo que ha de dar justicia al Cid, éste aconsejó a Alfonso VI: “et para ayuntar vos vuestra corte, señor, avredes más anchura en los palacios de Galiana que non en el vuestro alcáçar.” Nos da de paso este texto una comparación de tamaños entre los dos alcázares que respondía a la realidad, por más que la contradiga arbitrariamente la Gran Conquista de Ultramar cuando, llevándonos ya al terreno de la leyenda carolingia, al contar la llegada de Mainete con sus franceses a Toledo, dice que el rey moro los hospedó “en su alcázar menor, que llaman agora los palacios de Galiana, que él había hecho muy ricos a maravilla, en que se toviese viciosa aquella su hija; e este alcázar o el otro mayor eran de manera hechos que la infanta iba encubiertamente de uno al otro cuando quería”. En fin, después que los caballeros calatravos cedieron Santa Fe o palacios de Galiana a las monjas Santiaguistas (1494) y después que Isabel la Católica había cedido la parte oriental del mismo alcázar a las franciscanas de la Concepción (1484), formaron unas y otras monjas una sola comunidad en 1505, mencionándose entre sus heredades “las casas de palacios de Galiana, Santa Fe” (10).

El destino religioso dado a estas casas de Galiana y la gran popularidad de la leyenda de Carlomagno hicieron que la tradición local no pudiese prescindir de buscar en otro edificio civil una segunda mansión para la princesa mora, y llamó palacio de Galiana a un palacio de campo que hay a orilla del Tajo, un kilómetro fuera de la ciudad, en la Huerta del Rey, es decir, contiguo también a la vieja senda Galiana. El primer autor en que hallo esta nueva localización es Luis del Mármol, en 1573, quien nos dice que Galafre, al celebrar las bodas de Galiana y Carlos, “porque los christianos no entrassen en Toledo, mandó hazer en la propia Güerta unos palacios que oy día llaman los palacios de Galiana (11).

Este edificio data sólo de comienzos del siglo XIV, y hoy (1932) se halla muy derruído, pero aun así conserva dos torres unidas por un cuerpo central, bóvedas, arcos y algunas labores de yesería mudéjar con inscripciones árabes. Acaso reemplaza algún otro palacio de época anterior, pues hubo antes en la Huerta del Rey maravillosos edificios moriscos, obra del rey Mamún, que tenían fama universal, sobre todo uno que albergaba el reloj de agua construido por el gran astrónomo Azarquiel (hacia 1060-1070): dos albercas que se henchían y vaciaban con exacta progresión en veintinueve días, según el creciente o menguante de la luna, y cuya máquina fue estropeada en un torpe reconocimiento ordenado por Alfonso VII en 1134. Pero el recuerdo de tan sabio artificio perduró, y la tradición recogida por Mármol y por Lozano suponía que el agua de las mágicas albercas subía hasta vaciar en caños que la llevaban por cima del puente de Alcántara al palacio de dentro de la ciudad, “que era, dizen, en aquella parte que está oy el Hospital del cardenal don Pedro Gonçález de Mendoza (Santa Cruz) y el convento de Santa Fe la Real”.

De este modo, los toledanos de los siglos XVI y XVII relacionaban en sus recuerdos los dos palacios de la princesa, la fama de los cuales volaba por España entera en la fraseología del idioma, hasta el punto que cualquier ignorante Sancho Panza recordaba los palacios de Galiana como la morada más deleitosa que podía imaginarse.



Los palacios bordeleses y los toledanos.


Frente a estos fuertes recuerdos toledanos, ¿qué significan los de Burdeos?

En Burdeos recibían el nombre de Palai de Galiana las ruinas del anfiteatro romano de la ciudad, aún grandiosas en el siglo XVI. En 1243, nuestro Arzobispo Rodrigo de Toledo dice ser fama que ese palacio había sido construido por Carlomagno para la hermosa toledana; pero esta versión recogida por el prelado español tuvo en Francia tan poco arraigo, que una leyenda latina de Burdeos, perteneciente al siglo XIII o XIV, convierte la Galiana de Mainet en otra Galiana, hija del emperador Tito, nuera de Vespasiano, fundadora de Burdeos; y más tarde, los eruditos bordeleses del siglo XVI, desechando estas viejas opiniones, afirmaban que el anfiteatro había sido construido por el emperador Galieno: “Qu’on rejette les ineptes opinions de Roderic de Tolède”, escribe Gabriel de Lurbe; y, en efecto, la opinión del Arzobispo Toledano, a pesar del gran valor histórico del libro en que está consignada, fue totalmente olvidada y hoy se llama por todos Palais Galien al que en la Edad Media se llamó por algunos Palais de Galiene (12).

Resulta, pues, que la primera mención de un palacio de Galiana en Burdeos pertenece a un español (13) y es más de treinta años posterior a la primera mención del palacio de Galiana en Toledo, contra lo que creían Milá y Menéndez Pelayo. Resulta también que Burdeos repelió muy pronto, desde el mismo siglo XIII o XIV, la opinión del Arzobispo de Toledo, la “inepta opinión” que los renacentistas enterraron sin honores.

Podemos, pues, afirmar que Burdeos no fue origen, ni siquiera sede estable de una leyenda del palacio de Galiana. Burdeos nada esencial representa en los episodios de Mainet; ninguna redacción de este poema hace de la capital girondina una residencia de Galiana. Sus palacios deben ser simplemente una copia de los de España.

Por el contrario, Toledo se nos presenta como la sede inconmovible de Galiana y de sus palacios. Indudablemente, la princesa enamorada de Carlomagno debe su nombre de Galiana a la toponimia de Toledo, ora lo haya tomado del de la senda solamente, ora del de los palacios, si éstos, como creo, no deben a la leyenda su denominación, sino a la senda.



Val Salmorial.


Otro nombre toponímico viene también a darnos luz sobre la primitiva leyenda de Mainet.

Según la versión recogida en la Primera Crónica General, el combate de Mainete con Bramante, en el que el francés se apodera de la espada Durendart, ocurre en Val Salmorial, junto a Toledo. Esta localización coincide con la que se halla en el poema alemán Karl Meinet, según el cual, fue en Vaelmoriale, lugar cercano a Toledo, donde Carlos mató al gigante Bremunt y ganó la espada Durendart (14). Y es indudable que, según la genealogía de las versiones varias de la leyenda, una coincidencia del texto español con el alemán supone que el rasgo en que coinciden se hallaba en la versión francesa originaria.

Desde luego, este Val Salmorial o Vaelmoriale, que afirmamos existía en el Mainet francés primitivo, no tiene nada que ver con el “Val de Moriane”, mencionado en el Roland 2318; obró ligeramente L. Gautier al identificarlos, fundándose en la variante Valsemorian que da el Mainete de la Conquista de Ultramar. Aquel Moriane es para la mayoría de los críticos la Maurienne de Saboya, pero siempre queda más bien en los países imaginarios, como tantos otros lugares del Roland. ¿Será también imaginario el lugar del Mainet?

Podíamos creerlo así, porque en Toledo no he podido hallar hoy (1932) nadie que me diese razón de un Val Salmorial.

Pero los toledanos de hace tres o cuatro siglos conocían perfectamente ese lugar. Así Pedro de Alcocer (15), contando nuestra leyenda, escribía: “Carlos hizo armas con Bramante en el lugar que agora llaman Balsalmorial, dos leguas y media desta cibdad”; y Pedro Salazar de Mendoza (16): “Lo del moro Bradamante y las armas que hizo en el Valsalmorial, entre Olías y Cavañas, ni lo digo ni lo creo.”

Hoy, aunque no he podido hallar este Valsalmorial, he observado un curioso hecho topográfico y toponímico que nos compensa con creces de la pérdida de ese nombre, y es la conservación ahí, al este de Olías y Cabañas de la Sagra, y sólo ahí, de un nombre común que nos revela la significación del nombre propio desaparecido. Se trata del vocablo salmorial, que más corrientemente pronuncian salmoral, no registrado en ningún diccionario y evidente derivado de “sale muria”, sal muera; con él se designan los trozos de terreno salobreño, los salobrales que allí abundan, totalmente estériles y bien señalados a la vista por el color blanquecino que reciben de las sales afloradas a la superficie. he visto salmoriales en Magán, en Mocejón, en Olías, y en una “senda de los Salmorales” en Villaluenga; y bien pudiera el Val Salmorial antiguo ser la dehesa de Navarreta, situada en un hondo, en el término de Magán, en la cual hay salmoriales, a dos leguas y media de Toledo, conforme la distancia señalada por Pedro de Alcocer (17).

En el nombre antiguo se ha perdido la primera l por disimilación, como en el nombre moderno Salmoral con una variante Samoral, dado a una casa de labor al sur de Toledo. Por este Samoral vemos cómo el vocablo de que tratamos gozó antes de más extensión geográfica; pero siempre resulta que su mayor vitalidad fue en la región del Val Salmorial del Mainete, pues esa región conserva hasta hoy (1932) en uso el vocablo, debido a la abundancia de tierras salobreñas (18).

En conclusión, el Val Salmorial de la versión española de Mainete, y el Vaelmoriale de la versión alemana nos aseguran que el primitivo Mainet situaba su hecho de armas capital, la muerte de Bramante y la conquista de la gloriosa espada de Carlos y de Roldán, en una localidad real de la región de Toledo, entre Olías y Cabañas de la Sagra.



“Mainete”, nacido en Toledo.


Ya el simple hecho de que la acción del Mainet se desarrolle en Toledo es algo sorprendente dentro de los usos de la épica francesa.

Las chansons que hacen venir sus héroes a España los colocan en campo libre o frente a ciudades fantásticas. Y esto desde las obras más antiguas conocidas hasta las del periodo que historiamos. ¿Quién sabe dónde se hallan las ciudades españolas de Galne, Durestant o Commibles del Roland? ¿Quién, por atentamente que lea el Fierabras, puede formarse idea de hacia dónde se imagina el poeta que caen los valles de Morimonde, la puente de Mautrible, o la ciudad de Aigremore, donde reside el amirant de España? ¿Quién pretenderá identificar Montorgueil, Carsaude, etc., de Gui de Bourgogne, o Avalence, Tortolouse, etc., del ciclo de Guillaume?

Alguna vez las ciudades llevan nombres conocidos, pero son tan irreales como las otras; en el Roland, Cordres (Córdoba) se halla hacia los Pirineos, y Saragose está en una montaña…

Sólo cabe apartar dos chansons excepcionales. La primera es Anseïs de Cartage, donde Carlomagno tiene corte en Saint Fagon (Sahagún), Anseïs se defiende en Castesoris (Castrojeriz), y la acción se desarrolla en otros muchos pueblos bien exactos del camino de Santiago.

La segunda excepción es el Mainete, donde Carlos reside en Toledo y pelea en Valsalmorial; más notable por fijarse la acción en el fondo de España y no en el camino francés, que al fin y al cabo era frecuentado por los juglares; más notable aún por mencionar un valle, no un lugar poblado, próximo a Toledo.

El autor de Anseïs tomó su asunto de un cantar español sobre el rey Rodrigo; el autor de Mainet ideó su poema sobre un tema histórico español, el destierro de Alfonso (VI) y los amores de éste rey con Zaida. A uno y otro poeta la escuela de los juglares españoles impuso el tratar de España con precisión geográfica: cosa extraña a la escuela francesa.

El juglar de Anseïs estaba españolizado: probablemente residió poco o mucho en algún barrio de francos, sea en Sahagún, sea en otro punto de la vía del Apóstol. El juglar de Mainet, sólo habitando en Toledo pudo adquirir el grado de toledanismo que suponen tantas cosas reunidas, como el escenario principal de la ficción en Toledo, muy lejos de todo interés poético francés; la imitación de las anécdotas toledanas del destierro de Alfonso y de los amores de Zaida; el nombre de la princesa que en la ficción sustituye a Zaida, tomado de la toponimia local; el Valsalmorial, teatro de la hazaña mayor del joven Carlos.

Los franceses eran tan numerosos en Toledo durante el siglo XII, que los fueros de la ciudad en los años 1118, 1137, 1174, los mencionan como el tercer componente de la población: “Castellanos, Mozárabes atque Francos.” Vivían algo esparcidos por toda la ciudad, muy compenetrados con sus vecinos, hasta el punto de tomar a veces nombre árabe al uso de los mozárabes; pero, en general, ocupaban el Barrio de Francos, que se extendía desde la Catedral al Zocodover. Nada más fácilmente creíble que el juglar inventor del Mainet fuese cualquier “Esteban Franco” o “Guillén Pitevín”, que desde su calle de Francos veía alzarse más allá del Zoco los Palacios de Galiana. El caso sería igual al del juglar Graindor de Brie, que escribió la Bataille Loquifer en Sicilia, hacia 1170; y sería análogo al del clérigo francés, que en Santiago, hacia 1140, redactaba el Turpín, tan empapado en el espíritu de las chansons de geste. Los autores franceses escribían entonces por todo el mundo.

Pero también sería posible que la primera redacción del Mainet fuese obra de un juglar español, vecino de Toledo, cultivador de la poesía carolingia.

De cualquier modo, el Mainet no nació junto al monasterio de Stavelot, sino junto al alcázar de Toledo: un juglar que desconocía, o desechaba, el poema de Basin con sus toscas aventuras de las Ardenas, precedentes a la coronación de Carlos, ideó que el joven rey llegase a ceñirse la corona previas otras aventuras más a la moda del siglo XII, ocurridas en Toledo.

Sirva este episodio literario para mostrar la importancia cultural de las colonias francesas en España durante el siglo XII, época de su apogeo. No eran sólo la grey de negociantes que solemos pensar. Entre los que tenían tienda abierta en la calle de Francos vivían también escritores de obras capitales, afortunadas para correr el mundo, escritores que comunicaban a la literatura francesa temas, ambiente, hábitos poéticos españoles, a la vez que contribuían constantemente a propagar entre nosotros las obras del ingenio francés.



“Mainet”, popular en Toledo en el siglo XII.



La fábula del Mainete estaba ya muy popularizada en Toledo hacia la mitad del siglo XII.

Entonces, entre las mujeres nacidas entonces, estaba de moda el nombre legendario de la princesa enamorada de Carlos. En 1202, una señora de bastante edad, viuda de Pedro martín, llamada “doña Galiana”, contrata sobre bienes que poseía en Olías la Mayor, localidad por cierto famosa en el Mainete español resumido en la Crónica General. En 1209 sabemos de otra “doña Galiana”, viuda, también, de un Arnaldo Tolosano e hija de Domingo Durán.

Ambas Galianas otorgan escrituras redactadas en árabe como pudiera redactarlas la nigromántica (y legendaria) hija de Galafre; pertenecían, pues, a la población mozárabe de la ciudad, no a la gente de los francos, a pesar de que una de ellas tuviese por abuelo a un Durán de origen francés próximo o remoto.

Aunque sea cierto, como creo, que los Palacios de Galiana tenían este nombre tomado de la senda Galiana antes que se hubiesen escrito las mocedades de Carlomagno, y aunque encima de esto supusiésemos que se contase por Toledo cualquier conseja oral sobre Galiana antes que se inventasen esas mocedades, no es creíble que el nombre de una protagonista de conseja se pusiese de moda entre las mujeres; esa moda supone el prestigio alcanzado por una creación literaria; supone la divulgación del Mainete entre los vecinos de Toledo hacia 1150, cuando hubieron de nacer y ser bautizadas esas dos Galianas de que tenemos noticia.



Conclusión.


No creo, como Gastón Paris y Pio Rajna, que las Mocedades de Carlomagno sean en ninguna de sus formas un tema histórico, nacido en remota época carolingia. Son una ficción novelesca tardía, pero no tan simple como la cree J. Bédier, obra de unos pocos literatos, sino fruto de una complicada elaboración tradicional.

Bédier, reacio siempre al concepto de tradicionalidad, tomó por forma originaria del Mainet una ya contaminada con otras muy distintas ficciones de las Mocedades de Carlomagno, y olvidó por completo la versión en que el joven Carlos se expatría en Toledo huyendo de su padre.

Avé Maria Puríssima !

Santa Beatriz da Silva

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